El tatuaje le ocupaba media espalda, desde el hombro derecho
hasta la cintura. Tumbado bocabajo sobre la cama, el dibujo de una geisha
descansaba sobre él como si durmiese con la cabeza recostada sobre su hombro.
Pasé mis dedos delicadamente sobre su espalda; el tacto era suave y ambos
dormían pese a mis caricias. A los dos me hubiese gustado despertarles.
Me pregunté por qué se lo habría hecho, por qué aquella
geisha de ojos cerrados descansaba sobre él llevando en una mano una flor,
mientras con la otra parecía que se sujetaba a aquella musculada espalda.
Acaricié el rostro del dibujo con ternura y, con un leve movimiento de su
omóplato, me dio la sensación de que la geisha me sonreía.
Apenas nos conocíamos de tres noches; dos en su casa y ésta
en la mía. Unas cuantas risas, un par de historias y algo de alcohol habían
hecho de preámbulo a miles de besos, caricias y excesos. Sonreí pensando cómo
me había mordido el labio la noche anterior y con la lengua, busqué en mi boca
la herida que todavía tenía. La geisha sobre su cuerpo también parecía buscarse
la herida dentro de su boca con una sonrisa cómplice.
¿Se habría hecho el tatuaje por su madre? Creo recordar que
en algún momento me había explicado que su familia estaba relacionada con Japón.
¿O quizás fue porque antes era bisexual y se enamoró perdidamente de alguna
mujer asiática? Debería pedirle que me llevara a Japón, pensé, una semana, para
ver si somos afines en algo más, en todo lo demás.
Siempre había tenido ganas de ir a Japón y, aunque ahora en
el trabajo no pasaba por el mejor de los momentos, si que podía pedirle a mi
jefe una semana o diez días. Sería cosa de pensar en algún puente o algo así.
Y en esas estaba, pensando en qué mes estábamos y en los puentes
y festivos que quedaban próximos, cuando él despertó y giró la cabeza hacia mi
lado. Acerqué mis labios a los suyos y le besé.
"¿Te he despertado con las caricias?", le
pregunté. "No, no, no te preocupes, ya he dormido demasiado, ¿Te importaría
decirme dónde está el baño?". "Es la segunda puerta a la derecha,
en el pasillo".
Se levantó y, desnudo, se dirigió al baño. La geisha, en su
espalda, seguía con los ojos cerrados durmiendo sobre él. Ya había encendido la
luz del baño cuando le pregunté: "¿Por qué te hiciste ese tatuaje?".
El chorro de orina estallaba estrepitosamente contra el agua cuando él gritó:
"¿Qué?". "El tatuaje, que por qué te lo hiciste". "Ah,
¿El tatuaje? Se lo vi a uno del gimnasio y me lo hice igual, ¿Te gusta?".
El agua de la cisterna ahogó un tímido sí que salió por mi boca. Al diablo con
Japón.
La foto es cortesía de David Kumada, el texto es un reto que me planteó.
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