viernes, 7 de diciembre de 2012



Empecé a escribir cuando tenía catorce años: Un día en clase de literatura la profesora nos pidió que preparásemos para el día siguiente una descripción sobre lo que quisiésemos, yo escribí un poema describiendo a mi abuelo que hacía poco que había fallecido. Al acabar de leer el poema en clase frente a mis compañeros, la chica, que por aquel entonces me gustaba, se levantó y se puso a aplaudir. Pensé que quizás no era el que mejor escribía del mundo, pero que podía sacar algo con ello.

Ayer por la tarde, mientras daba un paseo por el centro, me encontré cara a cara con aquella chica y, no me pregunten por qué, pero algo dentro de mí me llevó a contarle que gracias a ella empecé a escribir. Ella, que iba con su marido y sus dos niños, me miró casi con lágrimas en los ojos y me dijo que cuando se levantó para aplaudir aquel día en clase no fue porque le gustase el poema, ni yo, sino que lo hizo para darle celos a uno de los chicos de clase. “Chico que luego se convirtió en mi marido”, me dijo, agarrándole el brazo a aquel hombre alto con el que paseaba ayer por las calles de Barcelona.

Llevo diecinueve años siendo un cuentista; diecinueve años contando historias, manipulando la realidad a mi antojo, distorsionando la verdad.  Ayer, quieto y sin saber que decir, vi alejarse poco a poco a mis compañeros de clase y fue, en aquel momento, cuando me di cuenta que aquella chica bonita no me había enseñado a escribir.

Se perdieron entre la gente que caminaba ayer tarde por Paseo de Gracia y yo, quieto como un pasmarote, no puede hacer otra cosa más que aplaudir y sonreír, al fin y al cabo fue ella quien hace diecinueve años me enseñó a mentir.

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