Querido Ramón*:
Ya estoy de nuevo en casa. Llegué ayer. Nada más abrir la
puerta el olor a hogar me embriagó y me hizo sentirme feliz, casi había
olvidado como huele mi hogar. Te podrá parecer extraño, pero nada más entrar
dejé la maleta en el suelo y me puse a observarlo todo con detenimiento. Todo
parecía haber cambiado; el color de la madera de los muebles, los libros
apilados en las estanterías, el rojo del sofá… Todo parecía diferente y más
vacío. La luz entraba por entre los listones de la persiana a medio subir, eran
las tres de la tarde y el ambiente era excesivamente caluroso para la época en
la que estamos. Alguna pequeña partícula de polvo se dejaba ver paseándose por
el aire. Ajena a todo se movía en suspensión, ahora iluminada por un haz luz,
ahora ligeramente oculta. Mis ojos se acostumbraron a aquella semioscuridad y
tuve la sensación por un momento de que nunca había visto mi casa así, que
siempre había pasado por ella mirándola de pasada, pero nunca observándola con
tanto cuidado.
Hasta a mí llegó el olor a rosas que Fernando me había
regalado semanas atrás. Seis rosas blancas, ahora ya marchitas, que intentaban
todavía sobrevivir al pasado del tiempo. Algún pétalo no había resistido la
gravedad y descansaba alejado del resto sobre la mesa. No pensé que fuese una
metáfora de nada sino simplemente pensé que el tiempo que había pasado fuera no
había pasado solamente para mí.
Por la ventana del lavadero la luz entraba más tenue a la
cocina. Todo estaba limpio y ordenado, ajeno e irreconocible. Sólo una taza
sucia descansaba en el fondo del fregadero trayendo a mi memoria el último café
que me tomé antes de marchar. No olía a café en casa y por la ventana del
lavadero entraba el olor a comida que las vecinas acababan de preparar. Me
imaginé la cocina desordenada y los fuegos encendidos mientras nuestra comida
se acababa de hacer y nos tomábamos una copa de vino. El olor a comida lo
impregnaba todo y reíamos nerviosos tras la tercera copa de vino, decidiendo si
le poníamos más caldo o no a la paella. El recuerdo se esfumó con los gritos de
una vecina pidiendo que bajaran la radio, mientras la otra, ajena a tales
peticiones, dejaba que la melodía se colase sigilosa en las casas de los demás.
Poco a poco volví sobre mis pasos hasta el comedor y de allí
al pasillo hasta el lavabo. Me costó reconocerme el espejo, llevaba tiempo
mirándome sin verme. Tanto tiempo que al principio pensé que no era yo y hasta
que no moví la mano para llevármela a la cara no comprendí que aquel que se
movía al otro lado del espejo y se tocaba la barba era yo. Me miré fijamente a
los ojos durante un segundo, lo justo para verme a mí mismo y para no comenzar
a llorar. Me suele pasar que si estoy triste y me miro a los ojos me descubro a
mí mismo con una lágrima rodando suicida mejilla abajo.
La habitación estaba más oscura de lo habitual, la persiana
casi bajada dejaba sólo entrever la cama bien hecha y ordenada. En aquella
semioscuridad me estiré sobre ella y pegando la nariz a la almohada inhalé con
fuerza. Estaba en casa, Ramón. Estaba en casa. Estiré la mano hacia la mesita
de noche y alcancé mi libro de cabecera. Algo roto y con alguna hoja suelta, “Poemas
de amor” de Antonio Gala se abría entre mis manos. Leí por leer porque podría
haber recitado de memoria. “Igual que da
castañas el castaño, / mi corazón da penas y dolores. / El árbol tiene un tiempo
para flores; / mi corazón da frutos todo el año”. Dejé el libro sobre la mesita y cerrando los
ojos me dormí.
Hoy me desperté y llovía. Hice café, ordené el piso, deshice
la maleta. La lluvia golpeaba los cristales y mientras cambiaba las sábanas el
libro de Antonio Gala cayó al suelo y se abrió por otro de mis poemas favoritos.
“[…] Ven ahora. Está la casa sola, yo
estoy solo, / está la luna sola / sobre el convento de las Mercedarias. / Ven
ya, quien seas… / Porque miro hacia atrás y siento miedo / al pensar que quizás
esté mirando / también hacia delante”.
Lo leí y lo volví a leer. No, Ramón, no, no preocupes. Me he
propuesto no mirar hacia atrás ni hacia delante, sólo es que hoy es domingo y
llueve y pensé en escribirte mal y tarde.
Tuyo siempre,
J.Tello
* Ramón Capote es el autor de http://pasivasygolosas.blogspot.com.es , blog donde podéis leer la carta que
motivo este texto.
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